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Sería tomar riesgos innecesarios… ¿y si se cae? ¿y si se lastima? ¿y si le pica un animal venenoso? ¿y si se quema con el sol? ¿y si se enferma por estar expuesto al frío? ¿y si arruina su ropa por jugar con lodo? ¿y si …? Además, salir implica mucha planeación para que no falte nada y para que todo sea seguro y hay que invertir tiempo supervisándolos.

Mejor que aprovechen el tiempo con estimulación temprana para que estén al mismo nivel que los otros niños en la escuela. Mejor que tengan tutorías personalizadas para sacar las mejores calificaciones. Mejor que jueguen con juguetes y aplicaciones que estimulan el aprendizaje. Mejor que desarrollen habilidades tecnológicas y aprendan idiomas para poder sobrevivir en el mundo moderno. Estas actividades ayudarán a su aprendizaje sin exponerlo a los peligros que puede haber en la naturaleza. Además, puede utilizar la tecnología en cualquier lugar y en cualquier momento, los maestros pueden venir a su casa o puede simplemente estar más horas en la escuela, y nosotros no tenemos que salir de nuestra rutina para facilitarles estas actividades.

Este tipo de pensamiento ha llevado a muchos padres a criar a sus hijos en el encierro, sin salir de la casa y/o escuela. Muchos de ellos están siempre conectados al Internet, pero ¿qué tan conectados están con ellos mismos y con el mundo natural?

El autor Richard Louv, en su libro “el último niño en el bosque” (The last child in the Woods) (2005), acuñó el término de Desorden por Déficit de Naturaleza (Nature Deficit Dissorder). No es un término médico, pero sí un problema real con manifestaciones y consecuencias reales. Los humanos estamos diseñados para estar en la naturaleza y el estar alejados y aislados de ella por largos períodos de tiempo trae consecuencias negativas. La autora Connie Matthiessen (2017), resume los costos de este desorden planteados por Louv entre los que destacan la disminución del uso de los sentidos, problemas de atención e índices más altos de enfermedades físicas y emocionales como la obesidad infantil, el déficit de atención, déficit de atención e hiperactividad, depresión, entre otros.

Por otro lado, de acuerdo a Lauren Knight (2016), quien resume los hallazgos de Louv y otros investigadores, pasar tiempo en la naturaleza expuestos a una infinidad de experiencias sensoriales, trae enormes beneficios como mejoras en la concentración, mejor coordinación motora, mejor funcionamiento cognitivo, mayor habilidad para el juego creativo, disminución de los síntomas de desórdenes y enfermedades mentales, desarrollo de habilidades emocionales e intelectuales, mejora del sistema inmunológico, reduce la ansiedad, entre muchas otras cosas.

Así que, volviendo a la pregunta inicial ¿para qué exponer a los niños a la naturaleza?, la respuesta es simple. Para mantener su salud y bienestar integral, para mejorar el desarrollo de habilidades motrices, intelectuales y emocionales, y para prevenir o disminuir problemas de salud y desarrollo en las diversas áreas. Claro que, como cualquier actividad, el estar al aire libre y en la naturaleza conlleva sus riesgos. Sin embargo, son mucho mayores los beneficios.

Al comparar los riesgos y beneficios de estar en la naturaleza con los de crecer encerrados, enchufados a la tecnología y alejados del mundo natural, queda claro cuál es la mejor opción para los niños y para todos los que estamos a su alrededor.

– Mariana Rodríguez – Experiencia y Aventura

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